Dias de frío y susurros

La penumbra rodeaba tu mundo y lo impregnaba todo, yacias lamiendo tus heridas, no esperabas nada, salvo algunas patadas más en tu estómago. Moribundo, los paseantes apartaban la mirada ya no había esperanza para alguien como tú, de vez en cuando paraban a tu lado y negaban con la cabeza, se lo buscó él solito, los pasos se alejaban de nuevo.
En esa oscura esquina apenas alcanzabas a entreabrir un ojo, todo se nublaba entonces, esos negros zapatos y su sordo retumbar, esos altivos viandantes, con sus grises gabardinas, preferías la oscuridad, preferías pensar que si no veías a nadie, nadie se fijaría en ese bulto deforme que se escondía en su oscuridad.
Te golpearon y tu quisiste morir como un héroe, solo algo falló, de momento no habías muerto, no recordabas si habia pasado un segundo o un año, solo recordabas el sabor de tu sangre. El motivo de todo ya no importaba, el dolor que antes te pinchaba y quemaba por dentro había desparecido, tu mente se negaba a vivir, pero también a morir.
Recordaste que en una ocasión tu cara había aparecido en el periodico, pero que el nombre al pie era el de otra persona, entonces te hizo gracia, pero todo empezó a perder su sentido aquella mañana, perdiste tu identidad y no la recuperaste nunca. Solo alguien te llamaba por tu verdadero nombre, pero se marchó hace mucho y no tuviste más noticias suyas.
De nuevo un taconeo se detuvo a tu vera, no me tortureis más, abriste los ojos y entre la neblina solo distinguiste una mano, agarralá, la mano te ayudo a incorporarte, pero tus piernas no podían sostener tu cuerpo, caiste de nuevo, pero enseguida dos brazos te despegaron del suelo.
Entraste en una casa, calor, gritaron tu nombre, un rayo estremeció tu cuerpo, te agitaste y viste esa cara, que solo acerto a decir, bienvenido a casa amigo.